Si no tienes nada bueno que decir, mejor no decir nada. Esto podríamos afirmar a todos los autores y autoras de ficción sobre el tratamiento que han hecho a lo largo de la historia de las farmacias y, sobre todo, de sus farmacéuticas y farmacéuticos. Así, la unión Farmacia y Ficción es horrible. Porque muchos hablan de cómo los abogados o los periodistas han sido demonizados por la literatura y el cine, pero si hablamos de los farmacéuticos, el resultado final es descorazonador.
Desde la Farmacia Soler Miret, queremos hacer un repaso a las cimas de la ficción farmacéutica y cómo han desacreditado una profesión que es eminentemente de servicio. Porque esto no es una defensa gremialista, es simplemente la constatación de una demonización sin sentido. Todo con humor, por supuesto, que no hay que ponerse estupendas con estas cosas.
Ficción y Farmacia
Empecemos por el final, en este siglo XXI que parece querer ver desaparecer la figura de la farmacia física por la onmipresencia del ecommerce y las macroempresas vendedoras en internet. En el año 2000 se estrenaba «Magnolia», la obra maestra «musical» del Paul Thomas Anderson, basada en las canciones de la cantautora, ex del grupo Til Tuesday, Aimee Mann. En ella, veíamos a una desequilibrada Julianne Moore que entraba a una farmacia para pedir la medicación paliativa para su moribundo marido interpretado por Jason Robards. Los farmacéuticos, por supuesto, eran representados como personas sin empatía, desconfiados, miserables, sin corazón. Porque, claro, cuando te piden morfina tienes que saber al instante que es por una buena causa y no hacer comprobación alguna.
La farmacia siempre parece ser el problema, no la solución. Incluso cuando te roban, el malo eres tú. Como en la película de 1989 «Drugstore Cowboy», de Gus Van Sant, retrato de un grupo de «yonkis» y cómo roban farmacias para calmar su excitación y ganar un poco de dinero. Ellos son los valientes ladrones y el farmacéutico que los dispara cuando los descubre en su tienda es un peligroso e infame criminal.
¿Y Farmacia de Guardia?
En los noventa, Antena 3 estrenaba «Farmacia de Guardia», que desde luego no era una visión realista de lo que sucede detrás en las boticas de todas las farmacias del mundo, pero al menor no buscaban la sensación extrema y la maldad intrínseca de estos «malvados» farmacéuticos que sólo quieren «ganar dinero» con las necesidades y el dolor de los demás. El tono de comedia favorecía a la burla de los personajes, pero al menos Concha Cuetos, la actriz que interpretaba a la «farmacéutica» lo hacía con dignidad y empatía. Por supuesto, era el personaje más antipático de la serie, pero eso es lo de menos comparado con el resto de farmacéuticas de la ficción.
Otra de los ejemplos de mala praxis que le encanta representar a la ficción es la visión de la farmacéutica como una especie de «bruja» con el poder de conseguir pócimas y venenos mortales. Agatha Christie utilizó este esquema hasta la saciedad utilizando sus conocimientos como enfermera dentro de una farmacia durante la I Guerra Mundial.
En 1916 escribe la que será su primera novela policíaca, «El misterioso caso de Styles», donde presentará al mundo por primera vez al detective belga Hércules Poirot. En ella, la mala malísima, sin querer destripar el argumento a nadie que no haya leído o visto la versión audiovisual, (Spoiler) es Evelyn Howard, enfermera encargada de la farmacia del hospital de la zona, que se hará con un bote de estricnina para envenenar a la víctima y hacer que parezca una muerte natural. Por supuesto, no tendrá éxito y junto a su cómplice, Alfred Inglethorp, acabará en la cárcel.
Olive Ketteridge y el engaño
Otro personaje de farmacéutico minimizado y vulgarizado hasta el ridículo es el del marido del personaje central de «Olive Ketteridge», la excelente novela de Elizabeth Strout. Recolección de tres historias centradas en el mismo núcleo familiar, nos presenta a un farmacéutico dominado por el temperamento de su mujer, que sueña con recuperar su masculinidad perdida soñando con una relación con una joven que empieza a trabajar con él en su farmacia.
Lo que está claro es que no existe la romantización de la farmacéutica dentro de la ficción universal, como sí lo hay con figuras como la del periodista, el empresario, el abogado, el policía, incluso el abogado. Nadie ha visto una serie, una película o un dibujo animado y se ha dicho, «¡yo quiero ser farmacéutico!» Su olvido dentro del canon occidental es absoluto. En 1895, la publicación «Pharmaceutical Journal», lo explicaba mejor que nadie. «Lo cierto es que todo el mundo ha interactuado con la figura del farmacéutico. Y lo que ven es a un oscuro hombrecito, en una oscura tiendecita con una oscura pequeña ayudante». Es decir, nadie ve allí ningún interés más allá de los venenos potenciales que puede manipular.
Clásicos, de Shakespeare a Jane Austen
A pesar de esta descripción casi balzaquista del profesional de farmacia, todavía se han colado algunos farmacéuticos en las grandes obras universales. Por supuesto, no son el héroe de la historia, sino un recurso oscuro para empujar la acción a su final trágico. Como en 1597 con «Romeo y Julieta», de William Shakespeare. Romeo invoca al «apotecario» para comprarle el veneno para suicidarse después de creer a que amada Julieta muerta. El farmacéutico de la obra le avisa que, por ley, no puede entregarle el veneno, pero no tiene otro remedio que vendérselo. «Mi pobreza y no mi voluntad, consiente», asegura.
Shakespeare quiere la tragedia y no permite al farmacéutico, por ejemplo, dar a Romeo una poción falsa, un placebo, que no acabe de ningún modo con su vida. NO, el veneno es real y entre las últimas palabras de Romeo, el enamorado exclama: «Oh, verdadero apotecario, la droga es rápida. Y con un beso muero»
Otro gran clásico de la literatura universal, «Orgullos y Prejuicio», de Jane Austen, también tiene un pequeño papel reservado para el farmacéutico. Y otra vez vemos a un hombrecillo oscuro aparecer sin que nadie le tenga el más mínimo respeto. Su nombre es Mr. Jones. Ni siquiera tiene nombre de pila y va a casa de los Bennet cuando la primogénita Jane se pone enferma. Aparece en el capítulo 8 y ninguna de las hermanas Bennet cree que sus consejos sirvan de nada. ¿Qué aconseja? Que la joven permanezca en cama mientras él la administra algún medicamento líquido. El prejuicio contra los farmacéuticos se renueva. A un médico se le escucha, a un farmacéutico se le niega ningún respeto.
Cuentos inmortales, de O. Henry a Edgar Lee Masters
¿Qué tiene de particular que O. Henry, el maestro del cuento norteamericano, escribiera un relato sobre un farmacéutico? Pues que él trabajó en una farmacia antes de darse a conocer como escritor. A pesar de que el personaje, otra vez, queda muy mal parado, su primera descripción del trabajo de farmacéutico es el más acertado jamás escrito. Esto dice: «El farmacéutico es un consejero, un confesor, un voluntarioso y eficaz misionero y mentor cuyas enseñanzas son respetados, cuya sabiduría es venerada y cuya medicina es vertida, sin probada, a la alcantarilla».
El cuento, escrito en 1906, se titula «El filtro de amor de Ikey Schoenstein» y nos habla de un farmacéutico que hará lo que sea para robarle la novia a un amigo y así casarse con la mujer de sus sueños. Por supuesto, no logrará sus objetivos y quedará en ridículo, dejando en evidencia, otra vez, a una profesión maldita dentro de la literatura universal.
Incluso la poesía no ve con buenos ojos la farmacia. En «Antología de Spoon River», la obra maestra de Edgar Lee Masters, hay unos breves versos en que se presenta al botecario de la zona y nos habla de los peligros de mezclar pociones relacionándolas con el matrimonio y cómo puede llevar al desastre. He aquí el fragmento:
Sólo el químico puede decirlo, y no siempre el químico,
¿Qué resultará de la capitalización?
Fluidos o sólidos.
¿Y quién puede decirlo?
Cómo interactuarán los hombres y las mujeres
¿Unos de otros, o qué hijos resultarán?
Allí estaban Benjamín Pantier y su esposa,
Buenas en sí mismas, pero malas entre sí:
Él oxígeno, ella hidrógeno,
Su hijo, un incendio devastador.
Trainor, el boticario, un mezclador de productos químicos,
Asesinado mientras hacía un experimento,
Vivió soltero
Farmacia y ficción: Una profesión sin redención
Como vemos, no hay personajes reseñables en 4.000 años de textos universales. Nunca. Nadie. Es una vergüenza. Hay médicos reseñables, abogados reseñables, militares reseñables, incluso sombrereros reseñables, pero en cuanto aparece un farmacéutico todos son «hombrecillos oscuros en tiendas oscuras». Lo mismo ocurre en «La librería encantada», de Christopher Morley; o en películas como «El farmacéutico», de 1933, incluso en cantos a los buenos sentimientos como «¡Qué bello es vivir!», de Frank Capra.
Últimamente, la figura del apotecario busca nueva dimensiones, como en el documental «El farmacéutico», de Netflix, donde un padre, farmacéutico de profesión, expone la corrupción detrás de la crisis de los opiáceos tras la muerte de su hija. Sin embargo, todavía hay mucho camino que recorrer para recuperar el prestigio perdido.
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